Te animaos a conocer la experiencia de intercambio de casas de Andrés e Ingrid. Cada verano, Ingrid y Andrés “huyen” del calor sofocante de Sevilla para descubrir algún nuevo rincón del mundo. Ambos trabajan en el sector educativo y saben lo importante que son los valores sociales hoy en día. Esta es su apología del intercambio de casas y los valores que aporta a la educación de nuestros hijos.

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Hace años solíamos viajar en una Furgoneta Camper Volkswagen California que nos daba libertad total como para no planificar nada. Nos encantaba improvisar, pernoctar en los sitios más inverosímiles y descubrir amaneceres en lugares insospechados. La familia creció. Tuvimos una, dos y luego tres hijas. Entonces oímos a algún conocido hablar del intercambio de casas. En el momento que uno focaliza la atención en una dirección empieza a oír hablar mucho más a menudo de ello. Ocurre como cuando tienes un bebé: de repente te parece que la calle está llena de ellos cuando en otro momento de tu vida fueron casi invisibles. Pero estaban ahí. Igual nos sucedió con los intercambios.

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Al poco de inscribirnos empezamos a recibir solicitudes de personas que mostraban interés por intercambiar su casa con la nuestra. Sobre todo franceses. Francia era un destino atractivo puesto que al tratarse de un país vecino no tendríamos que hacer muchos kilómetros con las niñas pequeñas.  Nos sentíamos más seguros para un primer intercambio si estábamos cerquita de España. Buscábamos un lugar tranquilo, con jardín amplio, donde no hubiera mucho ruido, que estuviera rodeado de naturaleza. Nos solicitó una familia que vivía en una aldea tranquila cerca de Quimper, en la Bretaña francesa. Fue justo lo que buscábamos así que accedimos de inmediato.

La experiencia nos enganchó al instante y nos descubrió nuevos valores de este tipo de viajes que desconocíamos. Uno de los aspectos más interesantes que descubrimos en ese momento fue toda la comunicación que precedió al intercambio, que nos permitió ir conociendo a fondo la zona y sus costumbres, la familia de intercambio y los secretos de los lugares que rodeaban a la casa.

La experiencia superó nuestras expectativas y generó en nosotros una confianza hacia lo ajeno que nos ha hecho mucho bien a nivel personal y social.

¿Qué valores aporta el intercambio de casas en la educación de nuestras hijas?

Muchos: el primero de todos ellos: confiar en la buena voluntad de los desconocidos. En una sociedad donde el miedo es una barrera que aísla constantemente a la gente, el intercambio demuestra que existen otras maneras de vivir, contando y colaborando con los demás. La confianza ajena genera muchos más beneficios sociales que cualquier posible mal que el miedo trate de evitar. Me encanta la idea de que mis hijas crezcan confiando en los demás. En nuestro primer intercambio, después de recorrer casi 2.000 Km, nos sorprendió que la llave de la casa estuviera bajo el felpudo de la entrada, sin más.

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Por otro lado, es una opción económica, una vuelta al trueque de antaño, lejos del modelo consumista, hipermasificado y turístico que las agencias tratan de vendernos. Desde esa perspectiva es un modelo de turismo altamente sostenible y ecológico. Una manera de conocer la realidad de la zona visitada desde dentro, basada en la confianza y la generosidad mutua, que tanta falta nos hace en la sociedad que vivimos. Nadie mejor que los habitantes de una casa para descubrirte los rincones más secretos y auténticos de su región, los pueblos más hermosos y los supermercados más cercanos. El intercambio de casas fomenta la comunicación y el diálogo entre personas que tienen el  interés común por conocer nuevos lugares. Ahí siempre descubres muchas cosas, incluso nuevos amigos.

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Pero lo que más valoramos como padres y educadores es el tiempo que esta modalidad de viaje nos permite para estar en familia. Desde la escuela en que trabajamos vivimos diariamente las consecuencias de la escasez de tiempo para los hijos. En el diseño de nuestros horarios vitales uno no suele vaciar su tiempo de actividades y dedicarlo a su familia. El modelo del intercambio de casas rescata algo que echábamos de menos y que solíamos hacer en nuestra infancia. Algo que en el fragor de la batalla diaria uno nunca encuentra ni por asomo. Nos hemos reencontrado con el aburrimiento, ese estado tan denostado que tanto bien hace a la mente. Bien entendido, para nosotros es una manera fabulosa de combatir el estrés y lejos del tedio del insoportable verano sevillano, limpia, regenera, purifica y descansa nuestro cuerpecito agotado por el año. Adoramos nuestro trabajo (profesor y orientadora en un colegio de un pueblo cercano a Sevilla) pero la implicación que exige, agota.

Lo que más les gusta a nuestras hijas es sin duda descubrir una nueva casa juntos, después de pasar meses pensando en este viaje, vaivenes de correos plurilingües con nuestras familias de intercambio, abrir la puerta y descubrir habitaciones, cocina, salones y pasillos, el jardín y la piscina, la temperatura, los vecinos… todo nos une.

Vivir emociones encontradas juntos nos acerca y nos permite ir creando nuevas ilusiones comunes, hablar de viajes, soñar con otros países y oportunidades de ir acercándonos el mundo. Ambos tenemos ansias de gente y mundo. Aquí el tiempo es nuestro y de nosotros con las niñas. Paseamos de la mano por parques, dormimos con la brisa fresca cruzándonos la cara, disfrutamos con la gastronomía local, chapurreamos nuevos idiomas, nos tumbamos al sol y disfrutamos, el ritmo vital se calma, no planificamos, no hay horarios, nos relajamos y los desayunos se vuelven maravillosos. Recuerdo que en el último intercambio de casas (cerca de Lyon) el sol matinal  dibujaba en la mesa curiosos jeroglíficos al atravesar las rejas de las ventanas, tostábamos cruasanes que untamos con mantequilla local y mermelada que nuestros anfitriones manufacturan, la prisa no existía y la familia disfrutaba con una plenitud insospechada. Es incluso mejor de lo que habíamos imaginado.

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Permitidme que rescate un fragmento de nuestro Blog La pareja sostenible para ilustrar la sensación de estar en un intercambio de casa:

En el preciso instante en que escribo estas líneas oigo la chicharra cantando en el jardín (¿o debo decir bosque?), 2 de mis niñas duermen la siesta (si, aquí existe, juegan tanto que acaban reventadas), Ingrid y Cloe han ido al super a hacer unas compras para la cena de esta noche pues llega mi hermana y su familia a pasar unos días con nosotros (¡yupi, los primos!). Me encanta la opción de quedar con familia y amigos de mi ciudad fuera de ella, sin citas, sin compromisos, sin trabajo, solo con nosotros y nosotros mismos. Ahí solemos reencontrarnos, aburrirnos juntos y dejar que el tiempo y el espacio nos lleven a conversaciones y situaciones relajadas y divertidas que normalmente no solemos tener ocasión de vivir”.

Poder viajar, conocer gentes, sus lugares y al mismo tiempo sentir la comodidad del hogar es una combinación que todos deberíamos experimentar. Hay demasiados lugares en el mundo como para no tratar de conocerlos.

– Andrés e Ingrid.

¿Qué te ha parecido la experiencia de intercambio de casas de Andrés e Ingrid? ¿Cuáles son los valores que crees que el intercambio de casas aporta a tu familia? ¿Nos lo cuentas?

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